lunes, 9 de marzo de 2009

La cara y el sello.

El duelo indefectiblemente está ligado a la pérdida, y sea como se viva ésta, cualquier ser humano se encuentra con ella en cualquier momento de su existencia. La pérdida misma es ineludible, es a la vida lo que la cara al sello. Ligadas una a la otra, son mutuamente necesarias para que persistan.

En cuanto la vida asoma su milagro, también trae consigo su extinción; pronta, lejana, esperada o no, el final de un comienzo llegará a pesar de todo lo que pretendamos aplazarlo e incluso negarlo. También lo son los encuentros y desencuentros, las relaciones que se tejen con los demás que en algún momento dan paso a la despedida son pasajeras, están sujetas a las misma dinámica del nacer, crecer y fenecer. Ante ésta clase de ineludibles, las posturas que asumimos los seres humanos frente a la pérdida en sí misma, varían desde las más o menos fuertes, las resignadas o las rebeldes, las impávidas o las desgarradoras, en términos de aceptar o negar la realidad; tantas formas como nuestras emociones y estrategias de afrontamiento estén al alcance de nuestros humanos recursos.

Sea el tipo de pérdida a la que hagamos frente, desde la más intrascendente como el extravío o el daño irreparable de algún objeto preciado, hasta la más trascendental como es la muerte de alguien objeto de afecto; pasando por un amplio espectro de renuncias obligadas o voluntarias, a estudios, trabajos, sueños, personas, amores, odios, etc.; todo está relacionado con los apegos que construimos con el mundo y sus elementos o habitantes. Desde la más remota forma de vínculo que construimos con alguien, aprendemos a atarnos en búsqueda de seguridad, de pertenencia, primero a un seno materno, mas tarde a grupos humanos, a instituciones e incluso a cosas. Podemos darnos cuenta que con el trascurso del tiempo nuestros lazos más significativos pueden estar ligándonos a infinidad de objetos de afecto de la más diversa y tal vez inverosímil naturaleza.

Es así como esa urdimbre de apegos puede ser tan tupida y fuerte que cada vez que un hilo se rompe se desencadenan eventos dolorosos, desgastantes, por la suma o la intensidad; las pérdidas recurrentes pueden minar una gran voluntad o una sola puede ser tan devastadora que después de ella no haya nada más que la desolación. Sea cual sea el panorama, hay un camino que recorrer, el que se extiende ante los pies, el de afrontar con los recursos propios la adaptación a la nueva realidad. Implica un re-aprendizaje, constatar que lo previo ya no existe, que la única evidencia es cada objeto físico que pierde su contexto anterior o al menos el recuerdo que luchamos por mantener vivo mientras creemos que es un salvavidas o el único legado posible.

A cada uno, objeto o recuerdo, se le puede emplear para mantenerse atado a un espejismo o para despedirse de ese algo que ya es parte de la historia personal. Es la renuncia al pasado el avance que permite desplazarse hacia una nueva condición, la del que desata los lazos y permite que cada cual continúe su rumbo, con el recogimiento de sí mismo, la sanación de las heridas y la restitución de la capacidad de establecer nuevos lazos, tal vez mas enriquecedores.

Todo ello implica tiempo, la misma ley del transcurso que gobierna la vida, requiere que cada paso sea dado en su momento, con el ritmo y la velocidad que cada uno tiene. Incluso en la forma que se manifieste, lo fundamental es respetar y dar el permiso necesario de que los pasos, etapas o momentos posteriores a la pérdida emerjan con libertad.

Indistintamente de la naturaleza que tenga la pérdida en sí (laboral, académica, afectiva, filial, etc.) el reconocer la realidad, aceptarla, resignificar el vínculo, despedirse y renunciar, solo tienen una meta que le da el sentido saludable a todo el recorrido: Resolver el Duelo

La culminación del proceso del Duelo restituye al doliente la capacidad de continuar en condiciones, generalmente diferentes y favorables, su vida cotidiana, el replanteamiento de proyectos, la resignificación de las relaciones con los demás, el valorar más apreciativamente lo vivido y lo aprendido.

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