sábado, 3 de abril de 2010

Entre el ir y el venir

Algunos crustáceos se ven tan frágiles con sus delgadas extremidades... Son como penitentes sobre endebles muletas, errantes inmersos en las corrientes de oceanos universales.


Ahora estoy reflotando, recuerdo a unos pequeñísimos bivalvos que descubrí adheridos a una ramita flotando en medio del mar. Si tuvieran conciencia de sí mismos no cabrían de asombro y terror al darse cuenta que tan minúsculos y efímeros son respecto al caldo que les da vida. Mientras estuvieron en el aire algo palpitante salió de dentro de las conchas y me dí cuenta de que estaban vivos. Me sentí curioso, sorprendido, extasiado con tan raras criaturas quienes para quien no conoce del mar mas que un par de playas y vive entre los remotísimos edificios de cemento y acero invasores de las montañas de una cordillera inmensa, son una maravillosa novedad.

Me sentí como un titánico dios que tuvo en sus limitadas manos la existencia de un par de vidas. Me sentí misercordioso llevándolas de nuevo tan lejos de la fatalidad de la orilla. Me sentí como un patético y arrogante hombre común. 

Algunos humanos somos como cangrejos que van de lado con sus pasitos cortos, tenazas al frente, tímidos danzantes entre la arena seca de la tierra firme con sus raros monstruos atronadores y el fondo suave del mar de las aguas interminables con sus monstruos mudos familiares.

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