sábado, 13 de diciembre de 2008

El Costo de la Diferencia

Sentir que la corriente va hacia atrás de uno mismo, que se hace un esfuerzo que otros no hacen por caminar o sostenerse en pié suele ser desgastante. Ver lo que otros no ven, sentir lo que otros no sienten, considerar relevantes las ideas que para otros son insignificantes, respirar con otros ritmos, alimentarse de la nada de los sueños; reventarse de tolerancia con la intolerancia del otro que va con la corriente, que ve lo que ven todos sus semejantes, que hace y siente lo obvio, que se incrusta como uña en la carne en la maquinaria impersonal del conglomerado; a veces acerca a otra excluída: la locura.
Ser Diferente con mayúscula, se ha transformado no en una opción sino en una apuesta por la vía menos cómoda de existencia. Pero también una exigente opción de vida. No ir a McDonalds como toda la gente que se cree parte de la corriente, desdeñar la intrascendencia de la farándula, renegar del hipnotismo de la T.V., no participar del querer hacer parte de los ricos y glamurosos o aspirantes a ricos y glamurosos; confesarse como un indiferente ante las modas, las tendencias, los inmediatismos y la facilidades de nuestro mundito de visual, el mundito de lo facil, ligero, sencillo, vacuo... Tiene cierto costo, como preguntarse de vez en cuando si el erróneo no es uno.
Se desemboca entonces en una disyuntiva, estar o no equivocado. Lo otros y yo. El diferente quien es? El otro o yo?
Mas allá de responder cualquier obviedad, tal pregunta entraña un riesgo, si se vé como tal, el de la arrogancia. Que ser diferente sea también ser mejor. O porqué no, peor.
Probablemente el mayor costo sea encontrarse con el intrascendente sentido de estarse cuestionando por insustancialidades como ésta.

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